PECES QUE NADAN EN PATINES
(1)
Erase una vez que un
ciudadano en alguna ciudad del mundo abrió el periódico en las crónicas judiciales
y le llamó la atención una noticia, y comenzó a leerla. Dicha noticia lo dio cierto escalofríos en
las piernas y sus ojos se tornaron rojos y hechizos. Ese escalofrío fue argentino, ya que le llegó desde la frente hasta la cintura, como una bola de hilo que se
va deshaciendo en la medida que alguien la tira del cordel para hacerla rodar. En el estomago se
detuvo la conmoción, lo incierto es que no sabía que le pasaba a su organismo; cuando estas
noticias llegaban a todos en la ciudad, pero en especial a sus oídos. Este ciudadano era el gerente de un
pequeño hotel frente a las playas.
La noticia aparecida en
el periódico local detallaba para el lector; el último crimen acaecido en la ciudad y cuya víctima
era un turista. El termino crimen, que denota ser muerto por algo o por alguien
con el correr de los días se pasaba según algunos comentarios de los lectores en la Web del periódico a establecer, que no eran crímenes sino
suicidios.
Quien dictaminaba este giro en el lenguaje, era nada menos que la jefa de la policía, y el periódico local, se sumaba a esto, en la medida que los sucesos de muerte acontecían. Ellos, cambiaban los titulares y se facilitaba que las obvias preguntas de los lectores del periódico se restaran a la ambigüedad; ya que al parecer las personas tienden a relacionar el suicidio con la cobardía y tendían a dar la espalda a la noticia una vez leían el signo “suicidio”.
Quien dictaminaba este giro en el lenguaje, era nada menos que la jefa de la policía, y el periódico local, se sumaba a esto, en la medida que los sucesos de muerte acontecían. Ellos, cambiaban los titulares y se facilitaba que las obvias preguntas de los lectores del periódico se restaran a la ambigüedad; ya que al parecer las personas tienden a relacionar el suicidio con la cobardía y tendían a dar la espalda a la noticia una vez leían el signo “suicidio”.
El gerente cogió de un
lado del cajón del vestíbulo un pañuelo para secarse el sudor de la cara y se decía
por dentro –además yo de que me preocupo si el que nada debe nada teme-.
Una ola de calor atacaba la ciudad y los abanicos de techos no daban abasto y menos los aires acondicionados, que habían sido la moda el verano pasado pero con las restricciones sobre el calentamiento global, era necesario que estos aires se instalaran de caleta por los Hoteles, ya que si descubren mas de los permitidos; pueden ser multados por la policía ambiental, que en los últimos años había tomado toda la burocracia y todo el poder en la ciudad. De hecho eran tan gigantescos sus recursos; que ya investigaban toda clase de crímenes y delitos, que la policía común no podía.
Una ola de calor atacaba la ciudad y los abanicos de techos no daban abasto y menos los aires acondicionados, que habían sido la moda el verano pasado pero con las restricciones sobre el calentamiento global, era necesario que estos aires se instalaran de caleta por los Hoteles, ya que si descubren mas de los permitidos; pueden ser multados por la policía ambiental, que en los últimos años había tomado toda la burocracia y todo el poder en la ciudad. De hecho eran tan gigantescos sus recursos; que ya investigaban toda clase de crímenes y delitos, que la policía común no podía.
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