La sangre corrió por
toda la ciudad de Roma, hubo muchos muertos de todas las clases sociales. Pero
señor lector, amigo o amiga esta historia no comienza así. Inicia con la narración
de un joven esclavo en su cuarto: erase una vez unos ahogos depresivos, es una
presión enorme aquí, en el cuello y en la garganta, es como cuando la sangre
dejara de fluir y se matizara en pequeños bloques de concreto que me arrastran
hacia el dolor. Los dolores empezaron desde que trabajo en las duras canteras
al sur de la ciudad. Me reclutaron a la fuerza hacia aquel lugar, cuando vieron
mi imagen en el almacén de telas en el centro - leyendo un manuscrito en una
lengua dórica en compañía de varios jóvenes, y me culparon al unísono las
autoridades Romanas de instigar y manipular propaganda subversiva.
He llegado del trabajo
y me asomo a la ventana de mi cuarto y solo espero que nadie note mi peso sobre
el mundo y sobre el piso de madera, ya que en verdad solo quiero vivir para mis
pensamientos. He sudado todo el día y mi olor es agrio y huele a humano. Paso
revista a esta celda y a ese rincón donde siempre se ripostaban mis
manuscritos, está vacío.
Hoy mi única
preocupación y como ha sido en los últimos meses, es esa mujer enigmática. Yo
desconozco todo de su vida, ojalá pase por aquí con ese caminar tan vaporoso y
esta tarde pise sus delicadas sandalias esta calle roja de arena y me dé un
saludo o una risa o me benbee por lo menos. Es una mujer que se ha metido en
mis pensamientos y en algunos textos que he escrito últimamente. Ella es Romana
y pertenece a la clase alta de aquella sociedad, mis toscas manos, sucias de la
arena negra de las canteras jamás tocaran esa piel de algodón, creo que estoy
designado a comer lo rastrero.
Cuando todos mis pensamientos
buenos, malos u horrorosos se van y quedo solo con mi conciencia me tranquilizo
observando el Coliseo que parece una postal de muñequitos desde esta ventana.
En ese lugar es donde se baten los gladiadores. Estiro la mirada hacia la
extensa ciudad y dibujo en mis manos las casas unas detrás de otras en filita
india, que retoman el paisaje fresco y tranquilo de abril.
Las casas de los
artesanos, las construyen de todas las formas geométricas posibles, así como
hay unas que se integran como un edificio
en medio de una penumbra de nubes y que con sus tejas rojas parecen un nido de
hormigas en la sombra de una montaña.
Debería decir que
aquella mujer metida en mis ensoñaciones, tiene ojos de princesa gala y sus
nalgas son macizas como la piel de un gladiador; pero es solo mi imaginación;
ya que su cuerpo es un templo a Baco. De seguro lo cuida de la vejez y de las
palabras necias. Es sabido que es sobrina de un senador y mujer de un poderoso
hombre de negocios en Pompeya.
Y tiene fama de celoso.
Una vez mando a ahorcar
a un pretendiente que invitó por broma a su joven y tetona mujer a los baños
públicos recién inaugurados por el Cesar. Pero era común que mediante pasquines
en las puertas, el gran timonel ordenaba a sus soldados excluir la represión y;
e, invitar a que toda la plebe los usara sin ninguna condición.
A las mujeres de Roma
se les señala, según la tradición: que decir en público. Pero en privado, se
dan sus mañas e influencias.
Popularmente en el mercado público, se comenta que son candentes y usan a sus
esclavas para cualquier necesidad pélvica. Sacian su apetito sexual con lo que
esté a la mano o a la moda; una vez se escuchó que una hija de un magistrado
usó las alcayatas que puyaron a Jesús en las costillas para tener un orgasmo
por la parte de atrás, eso fue el furor entre las adolescentes primerizas y
varias viudas.
Con el tiempo he
entendido, que están bendecidas por la belleza y por la maldición de los
dioses. Vamos a poner un ejemplo, Lucrecia, la vecina de al lado, cuyos
danzantes y preciosos ojos dan ganas de ir a los baños públicos y nadar en el más
íntimo de los destellos. Ascendió de mujer común a rozarse con la elite de
Roma.
Pero, los excesos no le
dejaron abrazar este sueño por mucho tiempo. La debacle vino muy pronto como la
voracidad de un enjambre de abejas asesinas en busca de piel. Según las malas lenguas al interior del mercado público,
el escandalo fue por culpa de su esposo, un mercader de esclavos que preparaba
los gladiadores más imponentes en su ludus.
El esposo, un romano de
pura cepa; con patológica afinidad al vino y al sexo con muchachos jóvenes,
limitó su acceso a un puesto político. No hay que negarlo era un extraordinario orador.
- Cuentan una y otra
vez la misma historia los viejos paladines de los senadores cuando van a los
baños a zambullirse; y, cuando una historia es contada muchas veces se vuelve
real, ya que su discurso oral era tan voluminoso como todos los libros de la
antigua Biblioteca de Alejandría -.
Explica, un viejo
funcionario de aquella biblioteca que quedó ciego de tanto leer en lengua
Dórica, que un antepasado del esposo de Lucrecia había sido el más grande
orador de Roma. Su oratoria fue muy famosa mucho después de su muerte a manos
de un cónsul airado por su notable influencia en el senado. Ejecutado el gran
Orador, su cabeza y manos fueron puestos en la rostra del foro para que
sirviera de ejemplo a las masas. Su lengua fue echada de carnada a un bistec
envenenado a un Rey rebelde en Macedonia.
Para conseguir sus
propósitos políticos, Lucrecia vendió su dignidad.
-“que va ella no tiene dignidad”-
Fue lo que pensó el
marido de Lucrecia mientras tenia sexo con un esclavo en las afueras de la
Ludus, el domingo día de mercado y de vino.
Se dice que ella se
acostó con medio senado solo con el fin de conseguirle al marido un puesto de
edil en su ciudad natal. Pero, Lucrecia
nunca pudo recuperar su inversión y para completar el monologo, su vagina nunca
volvió a ser del mismo tamaño, debido a las múltiples enfermedades venéreas que
la atacaron. Por otro lado su marido,
dueño de la ludus, la Espartana, cometía bestialidades y errores de cálculo
político bastantes ingenuos. Los acontecimientos sucedidos al mes siguiente en
"la Espartana" son dicientes.
En La Espartana, Una
noche de Diciembre, invitaron a un joven noble con el ánimo de congraciarse con
el senador más poderoso de Roma y a la vez pedir el tan anhelado puesto en la
silla publica de la Provincia. El joven cuya característica más sobresaliente
era su boca, tan ancha como el Mar Egeo y labios gruesos como almejas. El
sindicado era hijo del Fazendeiros mayor de Roma. Ir a la Ludus a una pequeña
fiesta y donde asistirían varios gladiadores entre ellos Quintus, un Traziano,
triple campeón indiscutido de la arena, era el máximo goce ocular de un joven
noble que quiere emociones fuertes y eros dóricos.
El joven, con
pectorales de acero y ojos de sefardí, el marido de Lucrecia le tenía hace rato
unas ganas... de tirárselo. Pero el joven dejó su impresión por Quintus.
Admiraba sus dotes de Gladiador, su moldeado cuerpo que se construyó con la sangre
en la arena, su delirante y viril talante a la hora de usar la espada con la
fiereza de un tigre en la oscuridad. Sin embargo al calor del vino y la música
de Constantinopla sus ojos bailaban siempre en dirección de la entrepierna del
Gladiador ya que según el bulto formado en su mente, allí acampaba un gran pene.
Dentro de las
actividades de la fiesta, se realizaría
la pelea de exhibición, entre Quintus y Septimus, un ídolo de las masas
de Roma. Pero antes de la pelea el joven rico quiso tocar el pene del Traziano
para entretenerse. Sin previo aviso y con una mano intentó rozar el cándido
miembro debajo de la toga[1]. Por eso digo intentó, ya que Quintus se sintió
intimidado por esta acción del joven: y como un lobo herido y en un rápido
movimiento de manos, le cortó de tajo con su espada filosa la cabeza al joven
rico.
Roma era una ciudad
tranquila; gobernada por una voraz democracia de ricos y un senado donde todos
disfrutaban del banquete de los impuestos y los juegos de las ludus que en su
honor organizaban las más locas y desenfrenadas fiestas en honor a la divinidad
de Baco. Estas Saturnales fiestas despejaban las mentes de la realidad tanto
del pobre como del rico y todos se desfogaban y todos decían al unísono.”
Estamos en carnaval, quien lo vive es quien lo goza”. Sin embargo, a pesar del
licor en su sangre y las ganas desenfrenadas de comerse todos contra todos; no
dejarían pasar por alto que el hijo del senador más poderoso, e influyente y
rico de Roma muriera en una Ludus y mucho menos por la espada asesina de un
Gladiador; por muy famoso y cruel que este tenía como significado para la
crudeza de Roma.
Los momentos siguientes
después del descabezamiento fueron de pánico en toda la Ludus. Lucrecia le decía
a su marido toda clase de improperios, y gritaba en voz de diosa fogosa que : -
matar al hijo de un Senador tendría consecuencias nefastas para los negocios -.
Ella de momento se
imaginaba el tropelin de caballos desgastando la arena y entrando sobre las
puertas de la Ludus con sus leyes y su virilidad a flor de piel a castigar
sobre todas las cosas el liderazgo y las iniciativas de una mujer de las clases
bajas. Pensó en aquellos instantes en la debacle, que el ejército Romano
cerraría la ludus y Teocles el dueño pagaría con su vida tan infame acto a la
élite de Roma. Lucrecia, semi- desnuda con el cabello hecho bola, gritaba como
una loca en la recamara de los invitados de honor. Derramaba toda su ira contra
El Traziano, abofeteándolo y rasguñando su espalda y cara. Este guerrero de la
arena, inmóvil y como si le hubieran practicado una lobotomía se desplazaba
hacia la ventana del dormitorio como un ser petrificado de angustia y en cuyo
interior se le revolvía el mundo, era la señal de que algo estaba mal en todo
lo que lo rodeaba, era como el despertar de un sueño o una pesadilla que no tenía
fin ni origen , pero que lo amartillaba a generar sangre sobre cabezas ricas y
todo lo que oliera a ello, cuando su enfurecida sed de venganza se encontrara
con uno de ellos o parte de ellos. Era el despertar.
Por un momento,
Lucrecia, miró a su alrededor y recordó de niña aquella imagen donde su madre
era asesinada por su padre con una espada en una discusión familiar. Ese acto
la atormentaba, pues, en el fondo ella sentía la culpa por pensar alguna vez en
la muerte de su madre para quedarse con el cariño de su padre al cual amaba con
todas sus fuerzas. Sin embargo, el padre asesino, después del crimen, solo la
observó de arriba abajo mientras guardaba algunas pertenencia en una mochila
vieja, pero se detuvo en el marco de la puerta, se echó a un lado su toga y se
sacó su miembro y se puso en posición de
sexo oral hacia su hija, después de ese acto; se largó para siempre de Roma.
Nadie lo ha podido ver o encontrar.
Teocles solicitó al
Profesor que le dieran latigazos al Traziano en el patio de entrenamiento hasta
que se le desprendiera a pedazos la piel por petición directa de Lucrecia.
Lucrecia para ocultar
el cadáver partido en dos del joven y hacer parecer un accidente, lo primero
que pensó fue cocinar el cadáver y luego echarlo como reserva de comida a unos
leones de entrenamiento de la Ludus. Pero se decidió por enterrarlo a las
afueras de la villa con el ánimo de que supuestamente su coartada era que al
partir el joven y su caravana de la
visita a la ludus, un par de forajidos lo atacaron por el camino y le
dieron muerte, cortaron su cabeza por pura y descarada sorna, después lo
enterraron en la montaña de la villa para no dejar rastros del crimen.
Sin embargo, este plan
tampoco lo realizó y ya histérica con sus esclavas semidesnudas encerradas en
la habitación y su marido mudo, puesto que se había quedado sin voz por la
impresión de la muerte del chico se le dio por hacer unas maletas y llenarlas
de las alhajas de oro y quitarse el vestido y ya desnuda ponerse de nuevo una
ropa interior amarilla y dar vueltas alrededor de la ludus para que el tiempo
pudiera devolverse y no haber invitado al joven noble a su propiedad.
Ella con un vestido
transparente donde las tetas sedientas se le movían de un lado a otro, solo
pudo darse un tiempo antes de respirar, y para caminar unos pasos hasta la
mitad de la habitación y decir que como el chico murió que también el asesino
corriera con la misma suerte, que muriera el Traziano y arreglar así una
posible conspiración de asesinato por la furia del gladiador, por no aceptar del
chico sus requerimientos sexuales. Ésta decisión fomentaría la rebelión de los
gladiadores de la ludus “La Espartana” una de las más antiguas y gloriosas de
la arena en Roma. Todavía siglos después la sangre hedionda de los ricos que
corrió por furia de los Gladiadores en toda Roma se huele de las aguas
putrefactas que corren sobre las alcantarillas que dan al mar Mediterráneo.
[1] La toga fue una
vestimenta distintiva de la Antigua Roma consistente en una larga tela de
alrededor de 6 metros de longitud. Se portaba enrollada alrededor del cuerpo de
una manera especial, generalmente colocada sobre una túnica. La toga estaba
hecha de lana, y la túnica bajo ésta era por lo general de lino. Los ricos la
llevaban de lana muy fina y blanca salvo en casos de luto, y los pobres de lana
burda y oscura. Sólo la utilizaban los ciudadanos en la Antigua Roma.
Los cónsules, pastores
y triunfadores la usaban con rayas de colores diversos y bordado de oro. Cuando
estaban de luto o durante períodos de calamidad pública, los romanos cambiaban
la toga blanca por una de color negro o gris intenso. Todo ciudadano romano
usaba la toga, excepción hecha de los criminales que habían sido condenados.2
En la mayor parte de la historia de Roma, la toga fue usada exclusivamente por hombres,
mientras que las mujeres vestían la estola. Los ciudadanos no romanos tenían
prohibido usar toga.
Comentarios
Publicar un comentario
piensa, luego escribes