Erase una vez una mujer indígena de ojos negros que arriba al aeropuerto de Las vegas en los Estados Unidos, un viernes de Marzo. Con afan se retira del aeropuerto para buscar el primer Hotel que exista cerca del lugar. Se siente cansada. Exhausta. Para un Taxi. Pero el conductor la ignora. Y se va. Para otro pero esta vez chifla fuerte y un taxi le logra prestar el servicio. Ella abre la puerta de atrás y monta las dos maletas de mano que trajo de Santa Marta.
Ella sale una hora después de la habitación 989, arreglada, lo bastante normal y decadente para su gusto hacia el vestíbulo del hotel. Luego sale del hotel hacia la calle, las avenidas y siente el frio moribundo de la ciudad de los casinos. Un abrigo de visón cubre su cuerpo armonioso y delirante. Entra a un casino, El Luxor. Mantiene entre sus dientes una goma de mascar que ya ha dejado su sabor azucarado y se torna su nuevo sabor a metálico. Se siente adinerada muy a pesar de que lo ha perdido todo. Todo lo que una mujer sueña en la vida.
Ya en la mesa de juegos realiza una apuesta grande a la mujer de ojos grises que hoy trabaja doble turno en aquel casino porque un hijo suyo esta en el hospital enfermo de cáncer. La mujer saca de su billetera un manojo de billetes. Luego prende un cigarro. Nota que desde la panorámica de un vidrio un hombre con sombrero de Gardel desea brindarle un trago (o es lo que ella piensa). Ella tira los dados a la rueda y gana un millón de dólares. Retira su dinero de la caja. Antes observa que la mujer del casino traga en seco y como si quisiera pegarle un grito desconocido le da las fichas ganadoras a regañadientes. Retira su elegante abrigo de visón, dejado a priori en el vestier del casino, y, que en la parte de abajo registra una raja muy sutil. El hombre de la mesa del bar se da cuenta de ese desliz en el abrigo. Pero arguye en su mente que su trago de vodka tintineado por dos hielos maduros es más interesante y oportuno en ese momento. La mujer sale dejando atrás el smog del casino y observa al quedar al frente del casino y sus luminosas publicidades el pasar de los autos. Presiente que la noche la cogió fuera del hotel y por instinto muerde sus labios por el frío y un único pensamiento gira en su cabeza.
Da ciertos pasos y observa que el hombre de la mesa del bar está detrás de ella. La mujer le chifla a un taxi y este da un frenón en seco y la recoge. Sin inmutarse ella se monta al taxi sin dejar de sonreír al desconocido por el vidrio de atrás del auto. Vuelve al hotel y sin demora recoge lo poco de ropa que tiene y la mete en su maleta y minutos después paga la cuenta del hotel. Se va del hotel no sin antes dar otro resto de efectivo al botones. Observa que el hombre del bar está afuera en el vestíbulo pero con la ayuda del botones sale por la cocina del hotel. Coge un avión para su país. Llega a su casa como lo había planeado y se suicida.

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