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EL ULTIMO DÍA DEL AÑO


EL ÚLTIMO DÍA DEL AÑO
Recuerdo que un treinta y uno de diciembre mi hermano se emborrachó y yo fumé mi primer cigarrillo. Nada hubiese pasado si de verdad mi hermano de escasos nueve años no le  daba tan duro beberse un ultimo trago del ron tres esquinas que un tío nos regaló, mientras sacaba un fajo de billetes para ir a comprar la otra.
Me lo llevé para la esquina para que disimulara su estado pero sus piernas flojas y su hablar como tarado daba la impresión de que su mundo daba demasiadas vueltas. Mi mayor preocupación era que mi madre se enterara. Ya que de seguro me echaba la culpa y la cantaleta era su arma para hacerme sentir mal. De hecho para aquella fecha yo tenía once años y el modo de entender de mi madre era que yo debía velar por mi hermano menor, debía haber un vínculo de cuidado hacia su mayor tesoro.
No obstante, mi hermano era un atrevido y recuerdo que una vez arrojó de loqueras, una piedra hacia la otra calle y le partió la cabeza a un muchacho y luego este vino con una centena de compinches con mangle y todo a reventar a mi hermano. Para desgracia del pelao solo había visto venir la piedra directo hacia su cabeza y salpicado el concreto con su sangre pero jamás supo quién la tiró. El tumulto de muchachos se fue cuando de mi casa salió mi abuelo con revolver al cinto a aclarar el hecho y como el mismo afectado estaba indeciso del autor del improperio no tuvo otra que retirarse. Esa vez le salió barata a mi hermano.
Eran los ochentas, Cindy Lauper, M Jackson eran nuestras estrellas, una tía se moría por el grupo Menudo, Lorenzo Lamas estaba en un poster en el cuarto de Mercedes la mejor amiga de Gloria, mi tía. Ernestico usaba zapatos converse, German los Nike, el mono usaba suéter americanos traídos por su tía de Miami. Estaban allí en las imágenes los dos gemelos ya adolescentes que Mary adoraba y yo que estaba como encarretado con ella, me los restregaba cuando yo intentaba hablar de amor y cosas así. Lila, que ahora que recuerdo era mi mejor amiga de ese tiempo me lo decía, pero yo era ciego no creía que Mary ya se daba besos en la boca en el parque junto a la iglesia del barrio con uno de esos mellos.
Los ochentas eran tiempos de tradición, de libertinaje era común que el treinta y uno los tíos le diesen un trago de ron durante las festividades al ritmo de la música decembrina. Era una presión y quizás mi hermano no la pudo soportar estando aun tan joven. Se tomó el trago de una como quien se traga una vaca entera sin masticarla. No se sabe que tío se lo dio o como fue la cosa, total que  mi madre lo hubiese ahorcado en el acto si alguien hubiera dado un nombre. Con el ir y venir de todos en la casa aquella última noche del año, la gente bailando y echando trago, si noté que él estaba hablando solo y algo incoherente. Así que como pude lo saqué de la casa casi que arrastras hacia la esquina de la calle y allí le di algo de agua y le compre una bolsita de leche.
Llegaron las doce de la noche, los pitos y las sirenas sonando y mi madre llamándonos para abrazarnos y felicitarnos  por el año nuevo. Como no nos encontraba empezó a preocuparse y mandó por nosotros a un par de tíos fornidos que como fieras buscaban calle por calle del barrio. Sin embargo, ella nos encontró casi en el mismo lugar de siempre, en la esquina. Mi hermano se avivó y pudo contener el mareo. Mi madre nos abrazó tan fuerte como una tenaza y nos besó a cada uno en el cachete. Fue así como yo sentí aquí en mi pecho que me quité la presión y el estrés del último día del año.

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