Hoy de nuevo me topé
con la mujer que está enpiernada titiritando de frío y sentada sobre una de
las acera del centro comercial los Ejecutivos. Ya son varios días en el que yo
me tropiezo con ella y miro de lado su rostro y aparto el mío al segundo, es un espacio de tiempo en el que la incertidumbre refleja su rostro. Ella es para mi una figura lejana como
quien observa una pintura en el museo y desea tocarla para sentir su piel. Es un
rostro vacío y lleno de esa desesperación que trae consigo la droga, el
abandono y la soledad. Me sorprendió aquel viernes ya siendo las diez de la
noche justo cuando caminaba por la cuadra y observé a lo lejos cuando se paró
de su habitual sitio con una bolsa de ariel de las grandes y un par de galletas
que las envolvía con una bolsa de los supermercados que están cerca. Con otra
mano y con su figura huesuda haciendo gala de su condición de desnutrición
extrema sostenía una bolsa creo llena de latas de atún y carne molida. Me
imaginaba que algún buen samaritano debió regalar parte de su mercado para el
bienestar de esta indigente que lleva años en este sitio y que me acuerdo que
estando embarazada se llevaba a cuesta varios potes de leche klim para su casa,
regalado por tantos y tantos transeúntes que como yo pasan por aquí y se
acuerdan que deben dar algo de su trabajo a la gente necesitada, ya sea por
simple ego o por presión psicológica de tu excedente de dinero. Era común que
yo me acordara de ella justo al pasar a su lado, pero que ya olvidaba a los
pocos segundos cuando de nuevo me acordaría de mis múltiples problemas tanto
económicos como de toda índole, ya que como todo ser humano tengo problemas y
casi nunca logro resolverlos. No sé de donde salió mi manía de no dar dinero a
nadie y menos a los indigentes, si fuera por ella a diario le daba pero como
que estoy blindado para esto, como que ya no existo, como que ya mi alma esta
carcomida por el egoísmo o por cosas como la falta de dinero o la misma
llevadera o tensión de todos los días que estoy seco para dar dinero o
donaciones. Creo que si fuera por mí, la Teletón sería un fracaso. No sé si
fueron los tomos de Marx o F. Engels que me llevaron a pensar en una sociedad
mucho más justa, mucho más ecuánime y que los indigentes para ser racionales se
les debería dar ayuda estatal y personal para que una vez recuperados dieron lo
mejor de sí; si es que lo mejor de sí se puede dar justo cuando te hagan una
limpieza de cerebro por pensar que todos somos iguales. Lo extraño de todo es
que se vuelve familiar ese rostro, es como un accesorio más de mi vida, algo
que aun no comprendo, algo que queda como aquel extraño cuadro que alguien de
la familia compró y queda en la sala de tu casa por tradición o costumbre y que
nadie osa botar a la basura o cambiarlo de sitio a pesar de los años. Quizás
sea mi excusa para entender que yo pueda algún día quedar a la deriva de todo y
un buen día tomarme una de las esquinas de algún sitio de la ciudad, para
quedarme allí a pesar del frío o del sol y pedir monedas para vivir. En modo
alguno pienso, que las monedas compran ese cuadro o la mentalidad individual de
esa indigente, pues sería tonto no pensar que todos estamos de acuerdo que esa
es su vida y que ya ella lo ha decidido, que ella para mantenerse en aquel
sitio no desea recordar a nadie ni a su familia ni a esa tonta idea de sociedad
que tenemos. Para ella la vida es simple y puntual, pedir limosna a diario, sin
importar que sea la única en todo el territorio y por tanto como no tiene otra
competidora se lleva toda la bondad humana representada en la necesidad de la
gente de manifestarlo a cada momento, como una especie de delirio de persecución
donde tu parte del botín sea repartirlo al que no tiene nada. De su hija no sé
nada (aun).
En la sala se respira paz. Mi madre con una cuchara le embute un bocado a su nieto. En aquella sala se encuentra el hijo de mi madre (o sea yo) y está mi sobrino A. Observo a mi madre, observo que la complejidad que argumentaba el complejo de Edipo esta todo escondido bajo el poder dictatorial de sus canas. La sala se encuentra bajo los efectos de la tarde que levanta el polvo que nadie ha barrido. Una madre es una madre donde sea, y ella se llama Edipa Rey. Lo vulgar del asunto es que me ha mandado a comprar un refresco para A- a lo que A me observa y me dice tío -. Por primera vez me doy cuenta que somos seres indefensos frente al complejo de Edipo.
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