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HECTOR ABAD FACIOLINCE: DE QUE COMEN LOS POETAS



Por: Héctor Abad Faciolince



ELESPECTADOR.COM
Era un reporte de ventas entre los meses de junio y diciembre del año pasado (uno de poesía, tres novelas, dos de ensayo, uno de cuentos, otro de género incierto). A los escritores nos corresponde entre el 5% y el 12% del precio público de cada libro vendido. Pues bien, sumando los honorarios por todos esos títulos, el valor a pagar por la editorial era de $1’809.000 (un millón ochocientos nueve mil pesos). Dividan esa suma por seis meses: da 300 mil pesos al mes: un poco menos de medio salario mínimo.
Cuidado: no me estoy quejando de pobreza ni estoy diciendo que mis editores me engañen ni le voy a pedir a nadie que me preste plata. Gracias a El olvido que seremos, a anticipos por libros que todavía no he escrito y sobre todo gracias a trabajos periodísticos, puedo vivir muy bien de la escritura. Como los escritores no se jubilan, incluso ahorro para la vejez. Pero si no fuera por ese libro exitoso y por el periodismo, ¿tendría cómo ganarme la vida? La respuesta es no. Tendría que buscarme otro destino.
El jueves pasado, en un agradable festival literario al que asisto en Bilbao, la sutil escritora canadiense Margaret Atwood decía que hay cinco maneras para que un escritor pueda ganarse la vida: 1. Ser un rico heredero. 2. Casarse con una rica heredera. 3. Tener un mecenas. 4. Tener un trabajo diurno lucrativo y ser escritor nocturno o de fin de semana. O, por último, 5. Entrar a ofrecer lo que escribe en el mercado de los libros. Las tres primeras condiciones son bastante improbables; la cuarta hace que uno sea tan solo un escritor ocasional, y el cansancio se nota. La última no garantiza nada, pues uno puede no vender nada con libros muy buenos o vender mucho con libros muy malos, y viceversa.
A la salida de la charla de Atwood me puse a comentar el asunto con otro escritor canadiense, Alberto Manguel, y él me contó que cada vez que le llegan liquidaciones por menos de 20 dólares (tiene casos de 12, de 15, de tres dólares), lo que él hace es enmarcar los cheques y ponerlos en una sección especial de su biblioteca: sale más caro cobrarlos que guardarlos. Y me contó también una anécdota de Balzac, quién sabe si real o imaginaria: una vez un editor parisino decidió encargarle una nueva novela y lo fue a visitar. Estaba dispuesto a pagarle dos mil francos de la época. Al darse cuenta de que vivía en un barrio de tercera categoría, resolvió que le ofrecería tan solo mil francos. Cuando llegó al edificio donde vivía, al verlo tan maltrecho, pensó que 500 francos serían suficientes. Cuando empezó a subir y notó que vivía en la buhardilla, decidió que le pagaría solamente 300, y cuando Balzac le abrió y vio su aspecto y su “torpe aliño indumentario” le dijo: “Señor Balzac, he venido a ofrecerle 200 francos por su próximo libro”.
Creo que alguna vez ofendí a varios poetas al decir que con su profesión, en general, uno vivía al borde de la miseria. Lo cual, si son dignos y honrados, no tiene nada de malo. Pero soñar que uno puede vivir, y vivir bien, de los versos, o aun de la prosa, es una ilusión muy ingenua, incluso en esta época en que todavía se reconocen derechos de autor y no todos los libros están pirateados o pueden descargarse gratis en la red. Pero si alguien tiene la esperanza de que se va a volver rico escribiendo libros de literatura —salvo golpes de suerte rarísimos—, lo mejor es que lo piense dos veces y se consiga un mecenas o una esposa rica. También lo puede pensar de otra manera: ser rico por dentro y no hablar nunca de plata, de regalías o de anticipos. En cuanto a ganarse la vida como periodista y escribir en el tiempo libre, la opción menos mala, creo que también ésta está a punto de terminar: ya casi nadie compra los periódicos y estos se mantienen gracias al mecenazgo o al amarillismo. ¿Cómo come un poeta puro? No me lo explico.

  • Héctor Abad | Elespectador.com

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