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EL PROCESO DE FRANZ KAFKA: LA TRAMITOMANIA COLOMBIANA: existe una libertad de hacer tramites hasta para abrir puertas y creo yo por el mesianismo de ser un mandadero o servil de los funcionarios mas poderosos.

En obra negra

Juan Esteban Constaín

Un país que vive mejorando sus procesos para mejorar sus procesos, y que se ahoga todos los días en nuevos trámites y modelos que muy pronto serán viejos y obsoletos, remplazados por otros.
 Este 3 de julio se cumplieron 130 años del nacimiento de Franz Kafka, uno de los mayores genios de la literatura universal. Hubo homenajes por doquier, muy merecidos todos, y hasta Google le dedicó al maestro su famoso y consagratorio doodle: su logo oficial que cambia de forma según la ocasión y la fecha, esta vez con un bello insecto que abre la puerta, Gregorio Samsa. Colombia no se podía quedar atrás en la celebración de su héroe predilecto, de uno de sus más grandes ideólogos e inspiradores. Jamás.
Así que acá hicimos coincidir la fecha del aniversario kafkiano, más o menos, con los trámites de la expedición del nuevo pase de conducción, o su renovación, o su validación, o su anulación, o su vindicación: es tan confuso y tortuoso el proceso, son tan enrevesadas las instrucciones para entender de qué se trata todo allí, que yo solo sé que nada sé y que es un gran homenaje nacional a Kafka y a sus personajes atormentados por el sistema y por los trámites. Un verdadero jubileo que empezó en enero con la actualización –ah, la dicha– del nuevo Rut.
Todo con la consabida telaraña de ventanillas y filas y sellos que aquí debe atravesar el ciudadano, en procesión, para estar en paz con Dios y con los hombres en la ruleta de los días. Me dirán que así es en muchas otras partes, que eso es la modernidad. Quizás, pero yo vivo aquí. En este lindo país colombiano donde el turno –su asignación, su conquista, su custodia– ha generado una próspera y pujante industria que bien podría ser la industria nacional por encima de los textiles y el licor.
¿De dónde nos viene esa hermosa vocación kafkiana anterior al propio Kafka? Se me ocurren dos hipótesis de esquina: una que tiene que ver con nuestro ancestro español y su voraz legalismo, que estaba en el apogeo justo cuando la conquista de América. Esa cultura acomplejada y conversa que prefería poner mil sellos para no verse al espejo y decirse la verdad, esa cultura que estaba partida en dos al mismo tiempo: la de las calles, caótica y mestiza y ladina; y la de los documentos, perfecta e irreal. Paraíso de los tinterillos que siempre tenían la ley bajo la manga, se obedece pero no se cumple.
La otra hipótesis tiene que ver con lo que Ortega y Gasset llamaba el “adanismo”: la costumbre perversa, sobre todo en un gobernante, de creerse el primer hombre, como Adán; la funesta obsesión de refundar el mundo y empezar de ceros. Muchas políticas públicas suelen fracasar aquí, desde tiempos inmemoriales, porque siempre están sometidas a los bandazos y los cambios abruptos de funcionarios que llegan a mandar creyendo que todo está mal, que hay que hacer “reformas estructurales y de raíz”. Genios que tienen que demostrar que lo son, cambiándolo todo con mesianismo para que nada cambie, como aconsejaba Tancredi Falconeri.
Nadie niega que muchas de esas iniciativas y transformaciones son necesarias y bienintencionadas, sí, pero también son perpetuas, circulares, endémicas: el símbolo y la tragedia de un país en obra negra que vive mejorando sus procesos para mejorar sus procesos, y que por eso se ahoga todos los días en nuevos trámites y modelos que muy pronto serán viejos y obsoletos, remplazados por otros, y por otros, y por otros. Así al infinito. En la ciencia, en la educación, en los impuestos, en los documentos. “Discúlpenos la molestia, ¿trabajamos por su bienestar?”.
Por eso, de los estadistas colombianos, yo solo confío en el gran René Higuita, quien declinó su participación en la Constituyente del 91 con una frase entonces visionaria: “Ahora estoy muy ocupado, pero para la próxima lo pensaré”.
No sé cómo no lo han nombrado aún director de Colciencias.

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