Cuando Gonzalo murió, eran los finales de los noventas. Fue un periodo muy angustioso, oscuro y demasiado ascético para mi vida. En aquellos años entonces vivía en un pequeño caserío a las afuera de la ciudad de piedra con un tío y su esposa que estaba ademas de vieja, ciega y se la pasaba desnuda en el patio contando estrellas por la noche. No se que había en la ciudad de piedra que me atraía tanto y una noche después de terminar en el instituto mi grado de secundaria solo quise marcharme a respirar aquellas bellas olas que veía todas las noches en las propagandas de la tele y los avisos de neón que se fueron comiendo mis sueños. Como todo joven solo quería experimentar y vagar por toda Colombia. Mi país que es muy bello tenía un problemita, un eterno y asqueroso conflicto interno que ha desangrado al país por mas de 50 años y para todos los que se jactan y ganan con la guerra, el gran botín de sangre no es mas que un hedor que se propaga en la esperanza. Cada bando quería ganar y sin importar los muertos ni las angustias ni el dolor tan grande que provocaban. Para un bando ganar la guerra , lo era todo. Sin embargo, yo era un joven de aquella época, viví la muerte con la familiaridad de un lobo solitario que huele su presa a lo lejos. Después de todo, yo era un campesino pero que ya estaba cansado de la guerra, de las angustias de los retenes de todo eso y me jactaba; estaba ya harto de la guerra. Pero por esas casualidades de la vida una tía me dijo que me inscribiera en la facultad de humanidades de la universidad publica de la ciudad de piedra, ella lo hizo con el animo de que si partiría hacia la ciudad lo hiciera por alguna razón y no que vagase o quisiese vagar por una ciudad desconocida y que ademas se estaba volviendo ya muy peligrosa.
Al final de los noventas y principios del milenio el país cambiaba, ya los diálogos de paz con la mayor guerrilla había fracasado y el cambio de animo se radicalizó hasta el punto de que el rechazo de la gente por cualquier grupo era ya generalizado. Mi tía era una liberal que había apoyado a Serpa y a Samper, pero luego con las decepciones de una clase política asquerosa según mi tía, se había acercado a un especie de secta masonica y con varios lideres del pueblo pudieron sacar durante años al alcalde y varios concejales desde su fortín político. Pero como lo dije antes, yo era joven y no me gustaba la política. Mi estado ideal era vagar por todo el país, irme como hacían esos pelaos de los hinchas de los equipos de fútbol, enganchados en la parte trasera de las mulas y no ver que sitio iba sino admirar un territorio que desconocía, quería saber de mi país y de todo, como eran sus gentes, las gentes del sur , los del centro y los que vivían en las selvas tanto en las del amazonas como las del chocó.
Al ingresar a la Universidad, fui un estudiante radical, que no se le dejaba montar de la administración, fumé cuanta hierba había en el campus, un novia de la guajira me regaló una mochila preciosa, me alcoholicé con los compañeros del salón y con los que estaban en el consejo estudiantil. Tuve sexo tanto con profesoras, funcionarias y mis propias compañeras del salón. Las chicas del partido eran las mas recatadas y celosas, ellas terminaban dándoselo al líder, al mas valentón en las protestas y que al final de la jornada o terminaba en un oscuro calabozo de la policía o en las fauces de una doncella, que hace rato le había tirado el ojo y solo que en las protestas callejeras se le aumentaba su tamaño de hombre y como todos los del grupo lo seguían por su locuacidad y temperamento, ellas terminaban rendidas a sus pies.
Con el pasar de los semestres, todo eso me fue aburriendo, los paros, las protestas, la radicalizacion de algunos camaradas, la inmovilidad de la academia de darme respuestas a mis sonoras preguntas acerca de la existencia del ser y la naturaleza. La facilidad del sexo, y la ausencia del amor me fueron carcomiendo, ya no soportaba mirarme al espejo en la vieja pensión de doña Elvira. Me sentía solo, hastiado, compungido como una oruga en invierno.
Con el pasar de los semestres, todo eso me fue aburriendo, los paros, las protestas, la radicalizacion de algunos camaradas, la inmovilidad de la academia de darme respuestas a mis sonoras preguntas acerca de la existencia del ser y la naturaleza. La facilidad del sexo, y la ausencia del amor me fueron carcomiendo, ya no soportaba mirarme al espejo en la vieja pensión de doña Elvira. Me sentía solo, hastiado, compungido como una oruga en invierno.
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