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ESCRITOS (1) algo que va para la papelera de reciclaje, es seguro.


Llegué al barrio, después de estar por primera vez con Sofía un fin de año y en compañía de su familia. La verdad que su familia por parte de Padre es patética. Todos deberían morir ya. Excepto la abuela, ella me agrada. Está toda esqueletudita y se sostiene con un bastón de madera, me recuerda a la actriz, Libertad La Márquez, en uno de sus papeles en novelas memorables. 
Ella también tiene un parecido a mama Lalo, a mi abuela y creo que las mujeres cuando llegan a viejo (terrible lugar en Occidente al que nadie quiere llegar) se vuelven felices. Al contrario de los hombres, cada día, más amargados y ególatras, en especial los jubilados, los que devengan ciertas miserablezas del Estado. 
Todos estaban serios, en aquella casa menos la abuela, que hablaba de todo y cosas agradables, mientras que los jóvenes daban vueltas por ahí, con la única angustia de que todo acabara para luego irse a encerrar a sus casas a llorar por la vida absurda que les tocaba vivir. Después de tan aburrida velada en aquella casa nos fuimos caminando hasta la avenida Heredia para coger un taxi y como el papá de Sofía estaba borracho, ya que con tres cerveza ya está hablando trozo, apretamos el paso para que nada nos sucediera ya que por aquí, según el Universal, el domingo hubo una balacera. Me di cuenta que el papá, la mama y la hermana de Sofía están unidas por la misma capacidad para generar apartheid en los demás. 
Me dio rabia que ellos dejaran a Sofía tirada en la carretera, sin dejarle un adiós o un vete a la mierda o una palabra de te esperamos en la casa a ti y a esa cosa que tu llamas novio, pero nada, el maldito viejo infeliz que hoy estaba feliz, como todo ser vivo que esta borracho, querría por todos los medios irse rápido a su casa. Lograron parar un taxi y el taxista que es otro malparido horas en la noche y también horas del día les cobró muy alto la carrera. El viejo que medio había abierto la puerta del taxi al escuchar en sus oídos llenos de pelos el precio, empujó la puerta tan fuerte que el taxista adentro dijo las groserías más horribles que ser alguno ha dicho en toda la historia de la humanidad hasta hoy. Hasta se bajó o más bien hizo un amague para bajarse con una rula en sus manos pero el chillido de una patrulla policial lo hizo retroceder y se montó en su taxi y se fue. No era una patrulla, era una ambulancia que pasó a gran velocidad. Se que el taxista no tiene la culpa, pero conseguir la alta tarifa para un patrón lavador de dineros y mantener varias novias, es muy duro.
Es de noche y es el primero de Enero del año nuevo. Los restos de basura y telas de globo reventadas sobran en todas las calles, las cenizas de los muñecos de año nuevo aun humeantes se unen al paisaje oscuro y de brisa de la noche de la agitada ciudad. Estoy agarrado de la mano derecha de Sofía en frente del centro de comercial en espera de un taxi. 
En la carretera pasan embalados varios taxis. El padre de Sofía se desespera y su cuerpo tambalea con cualquier soplo de la brisa, pero se agarra con fuerza de un poste de luz eléctrica. En ese momento pasa un microbús y todos decidimos montarnos en bonche. El de atrás paga dije yo, al montarnos a pesar que soy el último. En contraste, el papá de Sofía paga los tres pasajes y me doy cuenta que yo tengo que bajarme del bus con los dos pasajes tanto de Sofía como del mío, la micro arranca. Al siguiente segundo da  frenones en seco de repente, pero a nadie le importa, aumenta la velocidad se vuela los semáforos pero a nadie le importa, atropella a una señora pero a nadie le importa, sigue su recorrido hacia el barrio de Sofía con el cuerpo de la señora debajo del chasis, pero a nadie le importa.
Observo a Sofía que en el asiento está a mi lado. 
Su humanidad se arrecuesta a mi hombro pues tiene sueño y aburricion. Sin pensarlo, poso mi mano sobre su rostro y lo acaricio. Es suave como un masmelo derritiéndose en mi boca.


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